Desde Portbou hacia los preciosos bosques de La Garrotxa, un temor estremeció a Cataluña y resonó la frase de Mallarme en otros tonos y otros confines sobre el azar que no lo detiene una tirada de dados, pues el viento, si soplara hacia el mar, el fuego se detendría allí. Pero si fuera hacia los bosques pirenaicos, la muerte bajo el fuego de miles de hectáreas, quedarían calcinadas.
Mientras tanto, cientos de autos estaban detenidos bloqueando el flujo circulatorio hacia Francia y hacia Barcelona.
Una familia enloquecida emprendió una huida desesperada abandonando su automóvil para dirigirse entre las neblinas de humo hacia el mar, esperando no morir como ardientes teas. Quizá desconociendo la propia naturaleza de las costas recortadas, en cuyas calas de aguas claras por carecer de arena blanca, se deben al carácter rocoso de ellas y allí fue donde el padre y su hija encontraron una muerte horrorosa. Otros tres parientes quedaron mal heridos.
“Cinco miembros de una misma familia han sido víctimas del incendio del Alt Empordà en Portbou al huir de las llamas por un acantilado. Con el padre de 43 años y una hija de quince años muertos, y la madre y otros dos hijos heridos de gravedad.” (Europa Press, actualizado lunes 23/07/2012)
G. y yo, habíamos llegado la noche anterior a Figueres, cuando sonó el teléfono de nuestra habitación en el hotel Pirineos y sonó un grito lleno de temor: ¡Fuego! ¡Fuego por todas partes! ¡No salgan! Respiren el aire a través de los filtros del aire acondicionado y cierren sobre todo las persianas del balcón para evitar la entrada de humo.
Encendimos la televisión para seguir en directo el despliegue de los fuegos rogándole a los vientos su ayuda para evitar la destrucción de Olot, Besalú y los cientos de hectáreas de la Garrotxa. Veíamos a nuestros restaurantes más queridos de Olot, donde habíamos pasado diez días antes de llegar a Figueres, La Deu y La Moixina, cuyas construcciones en medio de los bosques los convertían en nuestros más queridos espacios agigantados por su exquisita cocina.
Triste y espantoso, el fuego en el Alt Empordà apresó las largas filas de autos infartando la circulación, mientras las llamas llenaban nuestra pantalla de imágenes pavorosas: una fila de asfalto y autos detenidos en medio de altas temperaturas y llamas, a ambos lados de la avenida de la muerte y dentro de los autos, personas atrapadas y sin salida.
En Figueres se vivieron momentos angustiantes. El humo tan caliente, producía heridas en los pulmones, los ataques de asfixia creaban escenas infernales, la gente caía en espasmos de pánico y eran auxiliados con toallas mojadas para aliviar los tormentos y rescatar a los poseídos.
Nunca nos imaginamos que otro incendio había destrozado una joya de los “neos” del siglo XIX, El Teatro Principal de Figueres, cuyo arquitecto aún llena de lágrimas su sepultura. En 1849 Roca Bros, quiso dotar a la ciudad natal de Salvador Dalí, con una sala lírica, semejante al Liceo de Barcelona, con un nuevo dispositivo social y urbano, para incrementar el espíritu comunitario, siempre a través de la estética y de la música, como querían Schopenhauer, Hegel, Kant, Schelling y Schiller, secundados luego por Richard Wagner y su proyecto revolucionario de la Gesamkunstwerk (La Obra de Arte Total), para luchar por valores más altos de los que proporcionaba el capitalismo salvaje del momento.
Hasta 1939 fue un atractor social donde se legitimaban, en su espectacularización, las clases de la sociedad figuerense si querían tener alguna visibilidad. El Teatro afortunadamente resistió los bombardeos de la Guerra Civil española, pero sucumbió ante lo impensable:
“El Teatro Principal, sin embargo, permaneció intacto cuando las tropas franquistas acamparon en él, hicieron fuego en su platea para cocinar o calentarse y provocaron un incendio que lo sumió en ruinas. Desde entonces, el teatro no era más que una dramática carcasa semicircular de piedra renegrida, a cielo abierto, infestada de ratas.” (J.L. Gimenez-Frontín, Teatro-Museo, Madrid, Tusquets/Electa, 1994, p.17).
Así, el triunfo del espectáculo, ideado por Salvador Dalí en sus obras dramatúrgicas, tuvo por fortuna el encuentro impremeditado de un teatro en ruinas lleno de fantasmagorías del siglo XIX y comienzos del XX, dispuesto a convertirse en una de las más impresionantes obras museísticas legada para el siglo XXI, un auténtico objet trouvée (objeto encontrado) para la obra llena de metamorfosis del surrealismo paranoico-crítico del artista del Ampurdán.